Hace instantes, ambos equipos se enfrentaron. Contrariamente a lo que marca la historia, la actualidad obliga a Racing a ganar para escapar de abajo, no para preocupar a los de arriba. De todas formas, cualquier persona con pocos conocimientos de fútbol y a la que se le explique unos minutos cuál es la situación de los de Avellaneda, rápidamente se dará cuenta que lo que le dijeron es verdad cuando miren cinco minutos de un partido de los jugados por Micó. Racing juega apurado, impreciso, no piensa nunca una jugada y, lo que es peor, desequilibrado. Ataca con poca gente, pero los que tienen que marcar se distraen haciendo fuerza con su mente para que la pelota entre en el arco rival, y los contrarios se aprovechan. Racing es todo desconcierto.
En lo futbolístico, hoy tuvo cuatro claras: tres cabezazos de Facundo Sava, que eran gol antes de que cabeceara (pero que finalmente no fue ninguno) y un mano a mano perdido por el distinto del equipo, Maximiliano Moralez. El empuje de Adrián Bastía, el mejor de los locales, tampoco alcanzó.
¿Qué pasó con los jujeños? Hicieron lo habían pensado. Aguantaron lo más que pudieron y confiaron en la velocidad de sus puntas. Jorge Luna resultó una grata sorpresa, con su movilidad y buen manejo; y César Carranza se enchufó al final. Es más, lo pudo terminar ganando: antes del tiempo cumplido, el ex Chicago la recibió sólo, a diez metros del área y no contaba con la salida de Hilario Navarro, quien lo atoró sorpresivamente, por lo que el delantero remató y la pelota se fue picando al lado del palo. En tiempo de descuento, Carranza apareció otra vez mano a mano, en este caso sobre la izquierda, y la empaló magistralmente: el balón picó adelante de la línea y dio en el travesaño.
Carlos Ramacciotti, técnico de Gimnasia, y el propio César, le pedían a Dios una explicación por los goles perdidos. Racing, le agradecía...
DAMIÁN ORLANDI
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